viernes, 8 de abril de 2011

Pedro Altuna, en el zulo españolista


En todas las batallas los hay que están en los puestos de mando, o en la primera línea. Todos son imprescindibles para obtener la victoria o para conquistar la dignidad y el honor en la derrota. Pero en nuestro imaginario, qué duda cabe, admiramos a aquellos que están en las trincheras, cuyo sacrificio físico es más evidente, cuya cercanía a las líneas enemigas es mayor, y cuyo riesgo es pavoroso. También en la lucha contraterrorista existen esos dos tipos de individuos, hablemos de policías, de guardias civiles, de políticos, de periodistas o de jueces. Los hay que hacen excelentes e impagables trabajos en los despachos, y los hay que viven próximos al enemigo, —al terrorista en este caso—, e incluso los hay que viven entre el enemigo. Todos merecemos un respeto, pero esas personas merecen un respeto especial. Pedro Altuna es uno de esos hombres valiosísimos, audaces, y a los que su pasión por España mantiene firme como un junco, y al que la indignación ante lo anormal le conserva en su sano juicio.

Oponerse al terror nacionalista en España es arriesgado. Hacerlo en el País Vasco es muy peligroso, pero hacerlo en Guipúzcoa es casi suicida. Que se lo digan a Gregorio Ordóñez, y a tantos otros que ya no pueden contarlo. O que se lo digan a Pedro Altuna, que hoy vela por la memoria de la Fundación Gregorio Ordóñez. Ya han pasado 16 años desde que el 23 de enero de 1995 una alimaña etarra asesinara por la espalda a unos de los políticos más valientes que ha tenido España, y casi han pasado los mismos años desde que en diciembre de ese mismo año se constituyera la Fundación que aun hoy lleva su nombre con objeto de defender su memoria y reivindicar su figura pública.

Y yo creo que la memoria de Gregorio Ordóñez está a buen recaudo. Entre otros motivos, pero muy importante, por la cara anónima que se esconde detrás de una organización tan simbólica para quienes admirábamos a Gregorio Ordóñez ya antes de que fuera asesinado. Pedro Altuna es esa persona casi anónima, por su discreción, excepto cuando el guión lo exige, y también ejerce de portavoz de la fundación custodia de tan digna memoria. Altuna, un chaval aun, lleva 11 años de su vida entregados a esa causa, siendo el chico para todo de la Fundación, y sin el cual no se entiende ni comprende ni la larga vida ni todo el trabajo que vemos desde el exterior. Y ya imaginan que no es fácil encontrar a un guipuzcoano que se entregue sin titubeo a tan admirable tarea.

Creo que las mujeres de la vida de Gregorio Ordóñez, y a las que de vez en cuando vemos en televisión; su viuda Ana Iribar, su hermana Consuelo Ordóñez, y su madre Consuelo Fenollar, han de estar orgullosas de haber tenido a un hombre tan especial y admirado en sus vidas, pero también pueden estar satisfechas de haber encontrado a alguien de la integridad y entrega de Pedro Altuna para dirigir e impulsar la Fundación que lleva el nombre del querido, atípico y arrojadísimo político easonense.

Hace años que gozo la amistad de Pedro Altuna, ya que por razones generacionales no pude gozar de la Gregorio, del que era simple admirador, y siempre me ha llamado la atención ver a este vascoparlante de cuna, que habla vascuence del de verdad, y con tropecientos apellidos vascos en fila india, y –como dice él- con RH del de Arzallus, defenderla españolidad de Guipúzcoa con vehemencia y energías inusitadas y con razones poderosas.

Y todo eso desde un diminuto «zulo» españolista en el que se ubica la sede de la Fundación Gregorio Ordóñez, desde la que Altuna ora defiende la memoria de Goyo, ora demuestra la independencia partidaria de la Fundación, ora organiza unos premios o conferencias, ora lanza una campaña de captación de fondos ante la agónica situación de la Fundación rebelándose contra el ahogo institucional y atizando a tirios y troyanos.

A Gregorio Ordóñez ya no podemos recuperarle, pero gracias al valiente Altuna su memoria está más presente que nunca.

Publicado en Alba el 8 de Abril de 2011.

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