viernes, 15 de abril de 2011

Ana Iribar, a la medida exacta de Goyo Ordóñez


En torno a la figura admirable del malogrado Gregorio Ordóñez, asesinado por los terroristas separatistas, hemos glosado la grandeza de personas que le conocieron, como María San Gil que presenció su muerte, o Pedro Altuna, que desde la Fundación Gregorio Ordóñez vela por la memoria de Goyo. Pero aun no me había detenido en estas líneas a hablaros de las bondades de la mujer que mejor le conoció y que le dio a su hijo Javier: Ana Iríbar, su esposa y su viuda.

Muchas veces hemos oído hablar de la fortaleza de algunas mujeres vascas y se podría pensar que se trata de un estereotipo o de una caricatura complaciente. Nada más lejos de la realidad. He conocido a decenas de ellas, y de algunas ya he escrito aquí como de María San Gil, Regina Otaola o Ana María Vidal Abarca, todas marcadas por la iniquidad del terrorismo. Ana Iríbar es una de esas mujeres extraordinarias, detrás de cuya calidez, suavidad, simpatía y aparente fragilidad se esconde una fortaleza a prueba de las más duras pruebas. Aunque la procesión, sin duda, va por dentro. Y su mayor bendición, y alegría, —su hijo Javier, que contaba con una año de edad cuando mataron a su padre—, es a la vez recuerdo de la mayor de las tristezas: la pérdida prematura, e inmensamente injusta del hombre al que amaba. El pequeño Javier, que durante muchos años habrá sido el bálsamo de todos los dolores, también ha sido el recuerdo de aquel hombre, y cada una de sus preguntas se habrán marcado a fuego en el corazón de Ana. Ella lo ha reconocido así en alguna ocasión:

“Fue quizá mi hijo quien me ha ayudado muchísimo en estos años. Ha sido, desde luego, la personita que en primer lugar me ha ayudado a enfrentarme a la realidad. Y lo más importante ha sido y es su mirada. Su mirada que interroga. Su mirada que pregunta. Y lo más importante ha sido y es saber responder a sus preguntas. Javier fue creciendo y me iba preguntando dónde está papá, cómo ha muerto mi padre, quién ha matado a mi padre, dónde está el asesino de mi padre”.

Javier Ordoñez Iríbar ha sido a la vez el bálsamo y la sal sobre la herida inborrable de Ana. Pero la sal también cura. Aunque el recuerdo de aquel hombre arrollador, optimista, enganchado a la política, que lleva un antiguo fax en el maletero del coche incluso cuando salía vacaciones no pueda irse nunca, porque así debe ser, aunque la presencia del recuerdo venga acompañado de la del dolor. Dolor por la pérdida, dolor por la persistencia del terrorismo, dolor por la traición de tantos políticos, y dolor por la orfandad de un hijo.

Con el dolor y la dignidad incólumes acudió Ana Iribar al Parlamento Vasco a la inauguración de la placa en honor de su marido, que se instalaba trece años después de su asesinato. ¡Ahí es nada! Los que esperaban parabienes, y sonrisas; contención e hipocresía; se equivocaron. Borbotes de verdad salieron de la boca de Ana, y también de valentía, cuando Iribar se dirigió a la presidenta del Parlamento Vasco, del que Goyo fue miembro, y le pidió: “Desde aquí, presidenta, quiero que traslade al lehendakari vasco mi más sincero desprecio por su deslealtad e hipocresía y por la cobardía con la que actúa en contra de la memoria misma de Gregorio Ordoñez, en contra de los principios democráticos, que son los míos y los de miles de ciudadanos, en contra de las razones por las que Gregorio fue asesinado” Para acabar con España.

Yo estaba presente, y recuerdo la incomodidad de los parlamentarios en ese momento, incluso la de algunos compañeros de partido de Gregorio Ordoñez, que murmuraban por lo bajini sobre lo inoportuno de la intervención. Jaime Mayor, también presente, les replicó, que lo incomodo para Ana era hacer lo que hizo, y que cuando alguien busca la comodidad no dice la verdad. Algunos callaron y otros ironizaron sobre la máxima del expresidente del PP vasco: “en política estamos para sufrir y acertamos cuando estamos en la incomodidad”.

Yo hoy solo quiero añadir que Javier, puede estar orgulloso de ser el hijo de Goyo. Muchos quisiéramos ser la mitad de dignos y valientes que él. Pero también, puede estar orgulloso de ser el hijo de Ana Iríbar, una mujer hecha a la medida exacta de Goyo Ordoñez.

Publicado en Alba el 15 de Abril de 2011.

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