viernes, 1 de abril de 2011

Carlos Urquijo, honra merece


Ha sido mi compañero durante once duros años en el, —a ratos proetarra, a ratos simplemente nacionalista—, ayuntamiento alavés de Llodio. También ha sido mi compañero en nuestra andadura en el Parlamento Vasco, en el que aun continúa. Y ha sido en ambos lugares, como concejal y como diputado autonómico, una de las figuras más firmes y correosas con las que el Partido Popular de País Vasco ha contado en los últimos 20 años. Además aun es joven, porque empezó siendo un crio y asumiendo pronto riesgos y obligaciones de mayores, pero que los mayores escurrían.

El hoy parlamentario del PP y concejal de Llodio Carlos María Urquijo Valdivielso lleva una toda una vida de servicio público. Veinte años en el parlamento vasco y veintitantos en el ayuntamiento llodiano, y siempre en la ingrata faena de la oposición. Ahí es nada. Ya es importante la dilatada trayectoria, y no lo es menos su intensidad. Carlos Urquijo no es de los que transitan por los lugares sin dejar rastro. No hay duda que ha dejado huella como uno de los políticos más trabajadores que ha habido en la comunidad autónoma vasca, probablemente el más trabajador. Durante muchos años Urquijo ha pulverizado el ranking de iniciativas parlamentarias, poniéndose a la cabeza de la labor de control del gobierno. Sus cientos, —ya miles—, de iniciativas, proposiciones, y escritos están ahí como documento histórico que atestiguará su laboriosidad y profesionalidad.

Estoy convencido de que las personas trabajadoras y responsables en la vida pública son a su vez honradas y leales. Honradas consigo mismas, honradas con los representados, y leales con sus compañeros y con sus principios. A Carlos Urquijo siempre le han caracterizado esas virtudes. Es alguien seguro, del que fiarse, por quién se puede apostar. En definitiva, es alguien previsible, porque conociéndose sus principios, y sabiendo que no los traicionará, es muy fácil presumir cómo actuará. Por eso siempre ha contado con el respaldo y el respeto del PP de Ayala y de su presidente, mi padre, que se han sentido orgullosos de tener a buen hombre entre los suyos.

Lo escrito hasta ahora no son frases hechas. Yo he visto a Urquijo en acción, y he tenido el honor de poder estar a su lado en momentos delicados en los que Carlos Urquijo ha demostrado siempre estar a la altura de las circunstancias, como cuando entramos en el pleno de LLodio a tomar posesión de nuestras actas de concejal, en contra de la opinión de una corporación acobardada, y pudimos ser linchados por dos centenares de proetarras qe abarrotaban el salón de plenos. O como cuando – minutos después- se negó a abandonar el ayuntamiento por la puerta de atrás, aduciendo que eso lo hacían los delincuentes, y exclamando ¡vamos a salir por donde hemos entrado! ¡por donde hemos entrado! se zafó del cobarde alcalde nacionalsita y nos abrimos paso entre la multitud que nos golpeaba y escupía en lo que fue una batalla campal entre escoltas y proetarras. O como cuando fue Delegado del Gobierno y no le tembló el pulso, en los tres meses que duró hasta el 14-M, para enfrentarse a los nacionalistas sin ningún tipo de complejo; o como cuando se mantuvo leal a María San Gil entre un cúmulo de traiciones que crecían día a día a la misma velocidad que el miedo a perder los jugosos puestos.

Sin miedo a ese tipo de perdidas, Carlos Urquijo siempre ha estado en la vanguardia, y ha sido protagonista de valientes y curiosas anécdotas que denotan su arrojo, como cuando tras una intervención sobre la Guardia Civil en el Parlamento Vasco, cuyo nombre se ensuciaba con falaces acusaciones de torturas, concluyó con un sonoro ¡Viva la Guardia Civil!, que le convirtió sin duda en el único parlamentario vasco que ha osado decir tal cosa desde la tribuna. Y a mí, por cierto, en el único en responderle con otro vítor.

Así se comprenden otras de las características de Urquijo: Acosado y amenazado por los terroristas desde hace veinte años como muy pocos, de una manera virulenta e incesante; e insultado y caricaturizado por el nacionalismo moderado, e incluso, a veces, negado o desautorizado por su propio partido, como cuando fue fotografiado cometiendo el delito de leer el libro titulado «Franco, mi padre», lo que al parecer ya le convertía en franquista. La semana siguiente yo pedí las obras completas de Sabino Arana en el Parlamento Vasco y me las lleve al escaño. Nadie me supuso sabiniano ni me criticó.

De Urquijo puede además afirmarse con justicia que de casta le viene al galgo porque la familia Urquijo-Valdivielso, casi al completo, lleva décadas mostrando su compromiso público con España en tierras llodianas. El que a los suyos parece, honra merece.

Publicado en Alba el 1 de Abril de 2011.

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