Dice Jaime Mayor Oreja que la política es sufrimiento. Y que atreverse a decir la verdad es vivir en la incomodidad. Por eso quienes piensan de verás en el servicio público y no en el medro personal, quienes no reproducen consignas sino argumentos, quienes —en definitiva— no se traicionan a sí mismos y quieren hacer gala de cierta independencia de criterio a pesar de militar en un partido, no tienen un buen presente en la política de nuestros días. Que se lo digan a Nerea Alzola, condenada al ostracismo y degradada paulatinamente. Primero desposeída del acta de parlamentaria con una inadecuada ubicación en las listas, después apartada como concejala en un lugar en el que su único beneficio era tener que llevar dos escoltas, e incluso, durante un tiempo, suspendida de militancia. ¿Su culpa? La libertad y la lealtad, la libertad de expresión y la lealtad a María San Gil, su intento por disputar un congreso a la línea oficial de un partido en una provincia, su determinación a la hora de denunciar públicamente las zancadillas a las que fue sometida en ese proceso congresual. Esos han sido los gravísimos pecados políticos de Nerea Alzola.
Cuando María San Gil anunció su retirada de la política activa, la inmensa mayoría de sus compañeros le volvieron la espalda. De todos aquellos que la adulaban y besuqueaban no quedó ni rastro en cuestión de horas. De repente todos estaban en la otra orilla. De los catorce parlamentarios vascos que trabajábamos a las órdenes de San Gil, solamente cuatro la respaldamos hasta el final. Nerea Alzola fue una de ellas. Y este respaldo se hizo, como siempre se hacen las cosas buenas, sin cálculos personales, sin estrategias de ganancia, sabiendo que apostábamos a caballo perdedor, y que nadie, excepto nuestra conciencia, María San Gil y un puñado más, agradecerían esa fidelidad, esa negativa rotunda a traicionar a nuestra líder cuando le llegó la ruleta rusa de la caída en desgracia.
Hace más de diez años que conozco a Nerea Alzola. Y en ese tiempo, siempre he podido admirar su valentía, y no es palabrería porque no es lo mismo ser valiente sin más que ser valiente entre los valientes. Pero también he podido gozar de su sinceridad, de su honestidad, de sus críticas leales, cabales y frontales. Nerea no tiene doblez, es como la ven todos ustedes en esas tertulias y debates a los que asiste; transparente, previsible, y clara, clarísima, nítida. A mí me gusta le gente como Nerea, a la que en la mueca ya se le adivina la palabra antes de que asome por los labios. Y por contra, no me gustan los taimados, los escurridizos, los calculadores, los que siempre callan. Por desgracia, éstos son los que triunfan en nuestros días, y los hacen utilizando a personas como Nerea, a las que ora elevan a los altares, ora denostan y vituperan según no se sabe qué conveniencias.
Habrá quien piense que me puede la pasión por una amiga. Pues no. Yo soy crítico hasta con mis amigos, pero hay formas de comprobar que lo que digo es veraz, y que a la gente común, a los ciudadanos que no andan enredando en los partidos les gustan las personas como Nerea, las políticas sin complejos, las personas valientes y honestas. Hagan la prueba. Entren en las redes sociales, y busquen el nombre de Nerea Alzola. Después hagan lo propio con los que la han apartado de la vida pública en el País Vasco. Verán a Nerea, en su soledad política, rodeada de gente que la quiere y la admira. Y les verán a ellos, a los otros, en su excelente situación política, solos, faltos del apoyo social, huérfanos del cariño de sus electores. Vean, vean ustedes mismos esas magníficas y chivatas redes sociales y comprobarán que lo que les digo es cierto.
Aunque les sorprenda eso no me produce pesar sino Esperanza, porque España y su regeneración nacional e institucional, en plena crisis de representación, necesita a gente querida, admirada, en la que se pueda confiar. Nerea es una política sin presente. Pero el futuro es para heroínas sencillas y carismáticas como Nerea Alzola.
Cuando María San Gil anunció su retirada de la política activa, la inmensa mayoría de sus compañeros le volvieron la espalda. De todos aquellos que la adulaban y besuqueaban no quedó ni rastro en cuestión de horas. De repente todos estaban en la otra orilla. De los catorce parlamentarios vascos que trabajábamos a las órdenes de San Gil, solamente cuatro la respaldamos hasta el final. Nerea Alzola fue una de ellas. Y este respaldo se hizo, como siempre se hacen las cosas buenas, sin cálculos personales, sin estrategias de ganancia, sabiendo que apostábamos a caballo perdedor, y que nadie, excepto nuestra conciencia, María San Gil y un puñado más, agradecerían esa fidelidad, esa negativa rotunda a traicionar a nuestra líder cuando le llegó la ruleta rusa de la caída en desgracia.
Hace más de diez años que conozco a Nerea Alzola. Y en ese tiempo, siempre he podido admirar su valentía, y no es palabrería porque no es lo mismo ser valiente sin más que ser valiente entre los valientes. Pero también he podido gozar de su sinceridad, de su honestidad, de sus críticas leales, cabales y frontales. Nerea no tiene doblez, es como la ven todos ustedes en esas tertulias y debates a los que asiste; transparente, previsible, y clara, clarísima, nítida. A mí me gusta le gente como Nerea, a la que en la mueca ya se le adivina la palabra antes de que asome por los labios. Y por contra, no me gustan los taimados, los escurridizos, los calculadores, los que siempre callan. Por desgracia, éstos son los que triunfan en nuestros días, y los hacen utilizando a personas como Nerea, a las que ora elevan a los altares, ora denostan y vituperan según no se sabe qué conveniencias.
Habrá quien piense que me puede la pasión por una amiga. Pues no. Yo soy crítico hasta con mis amigos, pero hay formas de comprobar que lo que digo es veraz, y que a la gente común, a los ciudadanos que no andan enredando en los partidos les gustan las personas como Nerea, las políticas sin complejos, las personas valientes y honestas. Hagan la prueba. Entren en las redes sociales, y busquen el nombre de Nerea Alzola. Después hagan lo propio con los que la han apartado de la vida pública en el País Vasco. Verán a Nerea, en su soledad política, rodeada de gente que la quiere y la admira. Y les verán a ellos, a los otros, en su excelente situación política, solos, faltos del apoyo social, huérfanos del cariño de sus electores. Vean, vean ustedes mismos esas magníficas y chivatas redes sociales y comprobarán que lo que les digo es cierto.
Aunque les sorprenda eso no me produce pesar sino Esperanza, porque España y su regeneración nacional e institucional, en plena crisis de representación, necesita a gente querida, admirada, en la que se pueda confiar. Nerea es una política sin presente. Pero el futuro es para heroínas sencillas y carismáticas como Nerea Alzola.
Publicado en Alba el 8 de Julio de 2011
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