Conozco a Carmelo Barrio Baroja desde mi adolescencia. Él era en un jovencísimo político de Alianza Popular a finales de los años ochenta. En mi casa siempre se ha hablado bien de Carmelo Barrio y eso, como es comprensible, facilita un elogio de esas características. Cuando en 1989 la AP alavesa se partió en dos mitades con la escisión que constituyó la antinacionalista Unidad Alavesa, por lealtad, permaneció en el partido, a pesar de que probablemente su identificación con los escindidos era mayor que la que sentía por las filas políticas en las que permaneció y aún hoy permanece. Y así actuaron otros pocos como él, muy pocos, entre ellos mi padre, para los cuales la razón de fondo de ese antiguo sector del partido, no les habilitaba para provocar una ruptura tan grande. Los leales qua aguantaron en una AP alavesa que era un desguace conocían la importancia de la fortaleza y la unidad del centroderecha español en el País Vasco.
Sé que la lealtad al partido es una virtud discutible, pero creo que no lo es en este caso, no en las personas que consideran la política un instrumento para la defensa de unos principios. En Carmelo Barrio tenemos a un hombre para el que la política no ha sido otra cosa que un acto de servicio a Álava desde un moderado foralismo, al País Vasco y a la Nación Española. Por eso, sus actos de lealtad al partido y a las personas con las que ha trabajado codo con codo en la difícil e ingrata política vasca, no son sino actos de lealtad a España.
Carmelo Barrio ha vivido muchos de los peores momentos de la política vasca, que no han sido sino los mayores desafíos planteados a España desde el separatismo vasco, fuese éste el separatismo terrorista o fuese el separatismo no terrorista. Carmelo Barrio ha sido testigo privilegiado de la política vasca, de sus momentos más emocionantes y de los hechos más tristes como los asesinatos de tantos compañeros a los que ha tenido que velar o de tantas viudas a las que ha tenido que consolar como Secretario General del PP del País Vasco. Precisamente en ese puesto es donde, durante más de una década, ha exhibido su lealtad como hombre de confianza y mano derecha de Carlos Iturgaiz y María San Gil, dos de las personas que más han hecho por la unidad de España y por el fortalecimiento y ascenso del proyecto del centroderecha españolista en tierra vasca. Detrás de esas glorias ha estado Carmelo Barrio, todas las horas del día y muchas de las de la noche, atravesando el mapa vasco diariamente, sin protagonismos, chupándose todas las “guardias” que las sustituciones de los líderes le procuraban en fines de semana y épocas vacacionales. Y siempre sin rechistar, sin quejarse, y con la lealtad inquebrantable que demostró hasta el último momento —y aun hoy demuestra— con María San Gil.
He tenido la fortuna de ser compañero de Carmelo en el Parlamento Vasco durante varios años. Su generosidad con los demás parlamentarios del PP allí ha sido como la de nadie, su bondad también. Su valentía política en la tribuna, indiscutible. Su trabajo como parlamentario o como vicepresidente de la cámara, como el de nadie. Su gratitud, proverbial. Recuerdo el día que llevo una Proposición no de Ley para que el Parlamento Vasco agradeciese a la unidad de montaña de la Guardia Civil el rescate de tantos montañeros vascos accidentados en el pirineo, y los nacionalistas, una vez más, mostraron su peor y verdadera cara negándose a ningún tipo de reconocimiento a la Benemérita. Esta iniciativa es la demostración de que Carmelo es uno de esas personas que da importancia a los detalles, a las cosas pequeñas, que muchas veces son las del alma. Carmelo Barrio Baroja es una de esos compañeros a los que se echa de menos y cuya lealtad es muy difícil de corresponder y agradecer en sus justos términos. Pero mi conciencia queda tranquila al entender que esa lealtad al partido y a las personas que siempre nos ha demostrado Carmelo no es sino su modo de ser leal a unas ideas y a España, su forma de ejercer el patriotismo. Que la Patria se lo pague. Eso merece, y eso deseo al bueno de Carmelo.
Sé que la lealtad al partido es una virtud discutible, pero creo que no lo es en este caso, no en las personas que consideran la política un instrumento para la defensa de unos principios. En Carmelo Barrio tenemos a un hombre para el que la política no ha sido otra cosa que un acto de servicio a Álava desde un moderado foralismo, al País Vasco y a la Nación Española. Por eso, sus actos de lealtad al partido y a las personas con las que ha trabajado codo con codo en la difícil e ingrata política vasca, no son sino actos de lealtad a España.
Carmelo Barrio ha vivido muchos de los peores momentos de la política vasca, que no han sido sino los mayores desafíos planteados a España desde el separatismo vasco, fuese éste el separatismo terrorista o fuese el separatismo no terrorista. Carmelo Barrio ha sido testigo privilegiado de la política vasca, de sus momentos más emocionantes y de los hechos más tristes como los asesinatos de tantos compañeros a los que ha tenido que velar o de tantas viudas a las que ha tenido que consolar como Secretario General del PP del País Vasco. Precisamente en ese puesto es donde, durante más de una década, ha exhibido su lealtad como hombre de confianza y mano derecha de Carlos Iturgaiz y María San Gil, dos de las personas que más han hecho por la unidad de España y por el fortalecimiento y ascenso del proyecto del centroderecha españolista en tierra vasca. Detrás de esas glorias ha estado Carmelo Barrio, todas las horas del día y muchas de las de la noche, atravesando el mapa vasco diariamente, sin protagonismos, chupándose todas las “guardias” que las sustituciones de los líderes le procuraban en fines de semana y épocas vacacionales. Y siempre sin rechistar, sin quejarse, y con la lealtad inquebrantable que demostró hasta el último momento —y aun hoy demuestra— con María San Gil.
He tenido la fortuna de ser compañero de Carmelo en el Parlamento Vasco durante varios años. Su generosidad con los demás parlamentarios del PP allí ha sido como la de nadie, su bondad también. Su valentía política en la tribuna, indiscutible. Su trabajo como parlamentario o como vicepresidente de la cámara, como el de nadie. Su gratitud, proverbial. Recuerdo el día que llevo una Proposición no de Ley para que el Parlamento Vasco agradeciese a la unidad de montaña de la Guardia Civil el rescate de tantos montañeros vascos accidentados en el pirineo, y los nacionalistas, una vez más, mostraron su peor y verdadera cara negándose a ningún tipo de reconocimiento a la Benemérita. Esta iniciativa es la demostración de que Carmelo es uno de esas personas que da importancia a los detalles, a las cosas pequeñas, que muchas veces son las del alma. Carmelo Barrio Baroja es una de esos compañeros a los que se echa de menos y cuya lealtad es muy difícil de corresponder y agradecer en sus justos términos. Pero mi conciencia queda tranquila al entender que esa lealtad al partido y a las personas que siempre nos ha demostrado Carmelo no es sino su modo de ser leal a unas ideas y a España, su forma de ejercer el patriotismo. Que la Patria se lo pague. Eso merece, y eso deseo al bueno de Carmelo.
Publicado en Alba.
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