Quizá el nombre de María Jesús González no les diga nada a la mayoría de ustedes. En cambio, si me refiero a la madre de Irene Villa casi todos caerán inmediatamente en la cuenta de quién se trata. Hay muchas veces que a los padres se les conoce solo por la trascendencia de sus vástagos, lo que no les resta mérito alguno. Al contrario, alguna culpa tendrán en los logros alcanzados por sus hijos, en las cimas que conquistan o en las virtudes que les engalanan. He comprobado que en el caso de María Jesús e Irene, dos mujeres absolutamente extraordinarias, es exactamente así.
En realidad, a ningún español nos habría gustado conocer a María Jesús y a su hija. Desde luego, no conocerlas como las conocimos, como nos hicieron conocerlas. Habríamos preferido que continuase su anónima y plácida existencia con las complicaciones y las alegrías propias del común de los mortales. Pero los asesinos no quisieron, y las eligieron a ellas para atacarnos a todos nosotros. El 17 de octubre de 1991 los terroristas colocaron una bomba adosada a los bajos del vehículo conducido por María Jesús, que era funcionaria en la Dirección General de la Policía. Llevaba al colegio a su hija Irene, de 12 años., pero ese día no llegaron. El artefacto etarra estalló y provocó gravísimas heridas a ambas. La niña perdió las piernas, y la madre, un brazo y una pierna. Pero ninguna de ellas, —y esto lo hemos comprobado con el tiempo quienes hemos tenido la fortuna de conocerlas personalmente—, han perdido la alegría y la sonrisa sincera. Ni el pundonor y la capacidad de lucha que hasta ese momento habían mantenido probablemente oculto y larvado, y que les ha ayudado a salir adelante con total entereza y dignidad.
Muchas son las víctimas del terrorismo que comprensiblemente hastiadas, o en búsqueda de la placidez robada, persiguen el alejamiento de una realidad social tan despiadada e insolidaria. Pero María Jesús nunca optó por ese camino, sino por el de la lucha, la superación, el compromiso y la exigencia de memoria y justicia. Su vinculación durante tantos años con la Asociación de Víctimas del Terrorismo, y actualmente con Voces Contra el Terrorismo, atestiguan y dan fe de su entrega absoluta, —a una causa común a todos los españoles decentes—, después de haber entregado y perdido muchísimo más que la mayoría. Su presencia y entereza en los medios de comunicación, su determinación y su claridad han sido proverbiales. ¿Cómo no iba a ser la niña Irene con los años una mujer excepcional? ¿Cómo no serlo con esa madre coraje? ¿Cómo no seguir ese ejemplo tan emocionante?
María Jesús ha peleado todos los días desde aquel fatídico día, ha pedido justicia, y ha luchado contra las secuelas y las cicatrices. La superación física que nos ha mostrado María Jesús es un ejemplo de pundonor y de alegría, y es una lección para todos nosotros para los que la vida es un poco más sencilla. Sin lamentos, sin queja, siempre con una sonrisa, María Jesús ha sido un faro para su hija, que ha sabido aprovechar esa lección, sin permitirse la amargura, exigiéndose sacrificio, y demostrándonos una felicidad que hace saltar las lágrimas.
Nuestra amiga María Jesús ha criado un ser maravilloso en mitad de todas las dificultades imaginables, contra pronóstico, e Irene ha respondió a tanto amor. Hoy es una deportista de élite que ha obtenido grandes logros en el deporte paralímpico. En ese campo, compite con gente con sus mismas o parecidas dificultades. Pero en el campo de la superación vital nos da mil vueltas a todos, también a los que lo tenemos todo más fácil.
Parece que criar una hija así, con tanto éxito, habría de quitarle a alguien todo el tiempo, absorbiéndole por completo. María Jesús González aun tiene tiempo para todos nosotros. Hace unas semanas me la encontré en la mítica cafetería Riofrío de Madrid. Allí estábamos un grupo de conjurados que acudíamos al Tribunal Supremo a querellarnos contra los seis traidores del Tribunal Constitucional que legalizaron a la organización terrorista ETA en las elecciones municipales. María Jesús no lo dudó y se embarcó en el lío acompañándonos a interponer la querella. Aun tenía tiempo para España. No sé si la Patria la merece.
En realidad, a ningún español nos habría gustado conocer a María Jesús y a su hija. Desde luego, no conocerlas como las conocimos, como nos hicieron conocerlas. Habríamos preferido que continuase su anónima y plácida existencia con las complicaciones y las alegrías propias del común de los mortales. Pero los asesinos no quisieron, y las eligieron a ellas para atacarnos a todos nosotros. El 17 de octubre de 1991 los terroristas colocaron una bomba adosada a los bajos del vehículo conducido por María Jesús, que era funcionaria en la Dirección General de la Policía. Llevaba al colegio a su hija Irene, de 12 años., pero ese día no llegaron. El artefacto etarra estalló y provocó gravísimas heridas a ambas. La niña perdió las piernas, y la madre, un brazo y una pierna. Pero ninguna de ellas, —y esto lo hemos comprobado con el tiempo quienes hemos tenido la fortuna de conocerlas personalmente—, han perdido la alegría y la sonrisa sincera. Ni el pundonor y la capacidad de lucha que hasta ese momento habían mantenido probablemente oculto y larvado, y que les ha ayudado a salir adelante con total entereza y dignidad.
Muchas son las víctimas del terrorismo que comprensiblemente hastiadas, o en búsqueda de la placidez robada, persiguen el alejamiento de una realidad social tan despiadada e insolidaria. Pero María Jesús nunca optó por ese camino, sino por el de la lucha, la superación, el compromiso y la exigencia de memoria y justicia. Su vinculación durante tantos años con la Asociación de Víctimas del Terrorismo, y actualmente con Voces Contra el Terrorismo, atestiguan y dan fe de su entrega absoluta, —a una causa común a todos los españoles decentes—, después de haber entregado y perdido muchísimo más que la mayoría. Su presencia y entereza en los medios de comunicación, su determinación y su claridad han sido proverbiales. ¿Cómo no iba a ser la niña Irene con los años una mujer excepcional? ¿Cómo no serlo con esa madre coraje? ¿Cómo no seguir ese ejemplo tan emocionante?
María Jesús ha peleado todos los días desde aquel fatídico día, ha pedido justicia, y ha luchado contra las secuelas y las cicatrices. La superación física que nos ha mostrado María Jesús es un ejemplo de pundonor y de alegría, y es una lección para todos nosotros para los que la vida es un poco más sencilla. Sin lamentos, sin queja, siempre con una sonrisa, María Jesús ha sido un faro para su hija, que ha sabido aprovechar esa lección, sin permitirse la amargura, exigiéndose sacrificio, y demostrándonos una felicidad que hace saltar las lágrimas.
Nuestra amiga María Jesús ha criado un ser maravilloso en mitad de todas las dificultades imaginables, contra pronóstico, e Irene ha respondió a tanto amor. Hoy es una deportista de élite que ha obtenido grandes logros en el deporte paralímpico. En ese campo, compite con gente con sus mismas o parecidas dificultades. Pero en el campo de la superación vital nos da mil vueltas a todos, también a los que lo tenemos todo más fácil.
Parece que criar una hija así, con tanto éxito, habría de quitarle a alguien todo el tiempo, absorbiéndole por completo. María Jesús González aun tiene tiempo para todos nosotros. Hace unas semanas me la encontré en la mítica cafetería Riofrío de Madrid. Allí estábamos un grupo de conjurados que acudíamos al Tribunal Supremo a querellarnos contra los seis traidores del Tribunal Constitucional que legalizaron a la organización terrorista ETA en las elecciones municipales. María Jesús no lo dudó y se embarcó en el lío acompañándonos a interponer la querella. Aun tenía tiempo para España. No sé si la Patria la merece.
Publicado en Alba.
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